La venida de la partida,
Las miradas de todos me penetraban, mi aspecto era preocupante parecía estar descuidado. Incapaz de llorar, comencé a extrañar, simplemente noté como día a día, me sentía cada vez más solo, y a la vez más rodeado de gente. La situación no daba para más, era el fin, sentía como mi única compañía, era la melancolía, mi soledad, que parecía tan eterna.
Sentía el fin cada vez más cerca de mí, me aterraba la idea de suicidarme, pero a la vez me resultaba tan atractiva, acabar con todo, tapar todo lo que había hecho, y que nadie sospeche de mí. Mi plan parecía perfecto, aun que note que cada vez perdía más la razón, la vida abandonaba sus colores, la oscuridad y el silencio no eran ya una mancha, si no albergaban completamente mis ventanas, y mi propia vida. Pero, luego recordé la propuesta de aquella mujerzuela, encontré la solución en viajar a verla.
¡Viajar! Perder esos paisajes, ventosos del sur, se aproximaba la humedad propia del lugar, la cercanía del mar, y el agobio de las miles de personas que circulan día a día por la ciudad.
Me esperaba un largo viaje, era agotador hasta el hecho de pensarlo, sin embargo deseaba mi arribo a
Emprendí mi viaje, en cuanto llegue, me destiné a buscar una pensión, para albergarme unos días. Recuerdo, como si fuese ayer, a esa señora de cabellos blancos, que tristeza me daba ver, esa mirada tan envuelta en soledad y abandono, tan similar a la mía, por un momento me distraje observando a la señora que atendía es pensión, por lo que la señora desconfió de mi, y sin dudarlo dijo que no había lugar, al disculparme y retirarme tan cortésmente, decidió albergarme, comentando la inseguridad que había por la zona, y los temores de ella, recuerdo cuando dijo: “Hay gente muy enferma, y peligrosa en las calles, pensé que usted era uno de ellos por su mirada”. A lo que simplemente respondí con una fría risa. Firme un par de papeles, y le comente que solo me quedaría por unos días, ella menciono las normas de convivencia de dicha pensión en las que estaba obligado a acordar, o quedaría en la calle deambulando.
Por la mañana salí al patio a fumar un cigarrillo, y decidí hacer contacto con la mujerzuela, decidí llamarla, por lo que le pedí prestado el teléfono a la señora de cabellos blancos. La mujerzuela, muy contenta de hablar conmigo, accedió a que nos veamos esa noche, en una fiesta.
Llegada la noche, luego de vestirme formalmente para ocasión, y arreglarme lo más posible, sin olvidar mi ideal, siempre sostuve que no hay como ser un don nadie. No tienes nada, nada debes, ni aspiras a nada, siendo así impecable para momentos intranscendentales o simplemente vestirnos seductoramente para conquistar mujeres simples. Salí a la calle en busca de un remis.
Al llegar, tenía que aparentar ser uno más, ni escabullirme en el salón, ni escandalizar a las damas. Mis nervios me superaban por doquier, no era fácil para mi, expresarle a una mujer, que cuerpo tiene, sin embargo, aprendí a expresar “Te amos”, como suspiros escapados de mi alma, a ganarme caricias con la mirada, y momentos ígneos con mentiras piadosas.
Al verla tras eses vestido rojo, me asombré, su mirada me atraía, su sonrisa, su cuerpo...
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